Confesión al verano

Estás en tus días más débiles. Son quizás los únicos que tienes en todo el año. Por eso, ahora que eres consciente de que te estás esfumando, ahora que poco a poco te diluyes en atardeceres que se adelantan y termómetros que se relajan, ahora que te vas y contigo tantas promesas en ti depositadas, ahora, ante el cuerpo caliente de la decepción que dejas, es ahora cuando necesitas que te devuelvan una parte de esa hemorragia de esperanza que tú nos brindas diariamente.

Porque tú, verano, eres un ganador nato y verte languidecer nos apena de una manera parecida a la sensación de que algo se nos rompe por dentro la primera vez que somos nosotros quienes tenemos que ayudar a nuestra madre a cargar peso o a indicarle a nuestro padre qué le ocurre a su coche. Te sabemos eternamente el mejor, pero en estos días sólo apareces para certificar una nueva derrota que te brinda el paso del tiempo que te desplaza como el horizonte deseado para ilusionarnos, brevemente, con la Navidad, el chocolate caliente y el regreso de los buenos abrigos heredados o comprados con una mensualidad entera.

No te dejes engañar: sólo nos estamos consolando con las migajas de tu ausencia hasta que vuelvas. Como esa chica cualquiera de una película sin importancia que se entretiene el segundo cuarto de la cinta con un nuevo romance hasta que reaparece, por fin, el chaval en torno al que pivota la trama. Así eres tú, protagonista de nuestra existencia incluso cuando no estás. Incluso hoy, aunque no lo creas, pesa en nosotros el prosaico hecho de que tendremos que esperar casi otro año más para recuperar no lo que tú eres sino lo que despiertas en nosotros.

Eres el momento en el que todos esperamos caber en nuestras mejores galas, disponer de dinero suficiente para ese viaje que creemos ganarnos jornada tras jornada con el sudor de la frente, o vivir esa noche, aunque sea una sola, en la que no exista obligación, madrugón o remordimiento tan firme como para hacer frente a la gloria de esos atardeceres perfectos e inusitados que sólo tú nos preparas para las grandes ocasiones. Es ahí, en esos días largos en los que nada te impediría meterte en el mar de noche, cuando los momentos memorables encajan en nuestras olvidables vidas, sacrificadas rutinariamente, semana tras semana, en el altar de tus promesas: el día que no tomas la salida de la autopista que te lleva a la oficina y llevas el coche sin rumbo, las dosis de alcohol hasta casi perder el conocimiento, las sobremesas eternizadas sin culpa y sin frío, y esos potenciales amantes en que se convierten los hombres y mujeres que hallamos sabiendo que nunca volveremos a verles.

Eres tan fuerte, que incluso cuando estás llegando nos invade tu espíritu. Esos días de verbenas en los que uno siente que todo puede suceder si se lo propone, esas semanas de julio donde se relajan las obligaciones laborales y se minimizan las consecuencias del consumo de alcohol, del derroche de dinero, del berrinche de los críos y del ilegal flirteo. Nos concedes esa bula porque eres consciente de que todo cuanto ocurre antes de ti no es sino un ensayo de los días felices que planeamos cuidadosamente todo el año. Ya estamos llegando, y entonces todo vale.

Por eso, verano, insisto: no te engañes. Hoy te despreciamos y te echamos la culpa de que albergaste para nosotros planes para los que no hemos estado a la altura: el cuerpo que no tenemos, el ascenso que no conseguimos, la conversación que no empezamos pese a haberla ensayado en la cabeza, el abrazo que no dimos. Hoy eres poco más que un muro de lamentaciones porque has sucedido y tras de ti sólo nos dejas más viejos y más gordos, pero estamos siendo inmisericordes contigo: porque eres tú quien ha hecho que el camino valga la pena. Tú, nuestra posada. Y pronto, volveremos a suplicarte que te acerques a medida que recobramos el aliento que hoy nos falta para volver a ilusionarnos con tu llegada, y con ella, las posibilidades de éxtasis que creemos tener.

El otoño, el invierno, la primavera. Tienen sus cosas y han aprendido a distraernos: el comienzo de un nuevo proyecto, el primer día de gimnasio, el nuevo bonsái, la ropa que estrenamos o la caldera que reparamos. Es cierto: nos permiten sobrevivir, pero sólo tú nos haces soñar. Con los demás hemos aprendido a convivir sin demasiada pena pero en torno a ti giramos y para ti vivimos. No sé si hay una mayor declaración de amor.


One response to “Confesión al verano”

  1. miquelcolomer Avatar

    Esplèndid! I això que encara falten ben bé 3 setmanes perquè s’acabi i se’n vagi. I la tardor, que gairebé ja ni existeix, tan saborosa que havia estat, ens durà fins a Nadal i als últims banys de mar de l’any! Enhorabona!!

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