Preguntas y respuestas 23J: ¿Qué ha pasado aquí?

¿Ha votado el mismo país que votó el 28-M?

El denominador común de la noche ha sido, sin duda, la sonrisa helada de la inmensa mayoría de electores que han ido siguiendo la campaña electoral en medios de comunicación que, en su mayoría, han descontado el cambio de Gobierno tras el 23J. Es más: no sólo vaticinaban un giro de España a la derecha, como el que se produjo en las autonómicas y municipales, sino un giro capitalizado casi en exclusiva por el PP, cuyo Gobierno en solitario era una de las apuestas más repetidas o, al menos, el escenario más probable en muchos análisis.

Sin embargo, la ventaja que en mayo sacó el PP al PSOE fue de 700.000 votos. Al cierre de esta noche, esa distancia será de 300.000 aproximadamente. No hay una diferencia sustancial en esos votos, sino en el lugar donde precisamente no se emitió ninguno en mayo: País Vasco y Cataluña no participaron de esa sonada protesta anti-sanchista y esta noche han sido el PSOE ha sido primera fuerza en esas dos comunidades autónomas. ¿Por qué? Porque ha recogido los frutos de haber mimetizado su discurso con el de los nacionalistas. Se ha repetido hasta la saciedad: las exigencias de privilegios a territorios como el vasco o el catalán ya no tienen que hacerlas los separatistas porque Sánchez se ha convertido en el mayor valedor del desguace a plazos de la España de 1978 y, en efecto, el voto útil para un nacionalista vasco o catalán en unas generales es al Partido Socialista.

¿Han fallado todas las encuestas?

A mi juicio, no ha sido tanto un problema demoscópico sino de cómo se generan los climas de opinión: dar por descontado el ocaso del sanchismo y una victoria holgada del PP ha resultado contraproducente. La conclusión es que a la derecha le han faltado los meses de desgaste de Sánchez que éste evitó con la precipitación de las elecciones. Dicho de otro modo: los anti-sanchistas están más movilizados que nunca, pero no más que el 28-M.

¿Ha perdido la derecha?

En absoluto. El PP gana la friolera de nada menos que 47 diputados y casi tres millones de votos, por unos 800.000 que se deja Vox respecto a noviembre de 2019. La legislatura de Sánchez y Podemos ha surtido efecto en una derecha mucho más movilizada y desacomplejada que hace 4 años, pero el efecto de esta movilización tendrá que esperar a materializarse con más contundencia en las urnas, que en una contienda de elecciones generales, reservan un número nada despreciable de escaños a fuerzas nacionalistas, incompatibles ya con el bloque de la derecha del que Vox parece ya un actor consolidado. Con todo, es un gran resultado para un PP que hace apenas año y medio se veía superado en las encuestas por el partido de Abascal.

¿Ha vuelto el bipartidismo?

Esa ha sido otra de las proclamas más socorridas: la vuelta al bipartidismo. Más que al bipartidismo, se vuelve al escenario de repetición electoral de 2016. En el lado derecho, el reparto de fuerzas entre PP-Vox es clavado al de PP-Cs de entonces; es en la izquierda donde esa correlación de fuerzas se distancia mucho en favor del PSOE. Con todo, los partidos “pequeños” afianzan su suelo y se convierten en llaves de Gobierno para cualquiera de los dos lados.

¿Le han perjudicado al PP los pactos con Vox?

Esto se va a leer mucho en los próximos días y probablemente la izquierda tenga interés en seguir usando el espantajo de Vox para “asustar” a un votante de derecha, cuando esto se ha demostrado que a quien moviliza es, en todo caso, a la izquierda. Al margen de interpretaciones interesadas, parece bastante absurdo por lo siguiente: al PP no puede haberle perjudicado pactar con Vox y a la vez haberle robado a Vox los votos que pierde. Todo apunta que lo que ha fallado es que el PP ha conseguido menos votos del PSOE de los que quería. Hay que recordar que Sánchez mejora en votos (mantiene los suyos y suma algunos, prestados de partidos nacionalistas).

¿Qué va a pasar ahora en el PP?

El PP es el ganador indiscutible de estas elecciones. Es el partido con más votos y escaños, la fuerza que más crece y con una ventaja de casi quince asientos por delante del segundo partido (PSOE). La suma con Vox (169) y con la posible muleta de UPN y CC (171) le acerca a la mayoría absoluta igual de cerca que lo estaba Rajoy en 2016 (137+32) y que le valió conseguir una abstención del PSOE. Eso sí, del PSOE sin Sánchez. Evidentemente, esa abstención no va a producirse ahora, no al menos sin una repetición electoral de por medio, pero eso no es óbice para que el PP solicite esa abstención para que dejen gobernar al ganador. De hecho, es lo que ya ha anunciado Feijóo en campaña.

¿Qué va a pasar ahora en el PSOE?

El PSOE emprendió, fruto de una apuesta personal de Sánchez, el peligroso camino de legitimar al populismo y a nacionalismo a base de mimetizarse con él, básicamente, por una inquina a la derecha democrática española, esa que inició Zapatero y que Sánchez ha llevado al extremo que hoy está dinamitando la convivencia entre españoles. A España le ha ido muy mal, pero a Sánchez le ha salido bien: se ha hecho con votos prestados de todos los enemigos de la Constitución y, además, les tiene como aliados eternos en el Congreso para reeditar mayorías. Quien sale derrotado aquí son los ‘barones’: a ellos les queda su ajustado varapalo que tiñó de azul el mapa de España el 28-M; a Sánchez, una resurrección contra todo pronóstico. Quienes invocan constantemente a ese animal mitológico que es la recuperación de un PSOE de Estado tienen hoy una buena ocasión para caerse del caballo.

¿Qué le pasa a España?

Si miramos el panorama con algo de detenimiento, el clima es exactamente guerracivilista: contando a los nacionalistas en el lado de la izquierda y la extrema izquierda, se dibuja un país partido por la mitad y, a pesar de algunos expertos demoscópicos, sin que exista trasvase del votante de la izquierda al PP, o sin que exista al menos de manera determinante para inclinar la balanza. Sánchez ha conseguido exactamente lo que se proponía: una España ingobernable y, sobre todo, unos españoles que prefieren ese desgobierno a que les gobierne el contrario. Y no me escondo: yo también. Sánchez ha gobernado contra, como mínimo, la mitad de los españoles que abominamos de las cesiones al separatismo, las ideologización permanente de la vida pública, la imposición de la memoria común o el enfrentamiento entre hombres y mujeres al que nos conduce el sectarismo de su Gobierno. Cualquier alternativa es mejor a que se repitan cuatro años más de este Gobierno del desastre.


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