Barbie: un reel de Instagram en la gran pantalla

En una entrevista reciente, un exitoso grupo de música español se lamentaba de cómo de un tiempo a esta parte las productoras del gremio examinan los títulos de sus creadores y les sugieren hacerlas viralizables, esto es, que contengan entre quince y veinte segundos susceptibles de convertirse en la sintonía perfecta para acompañar publicaciones en Tik-Tok. Es el tipo de estribillos que a menudo se exige también en mi negociado, los discursos políticos, y es exactamente lo que consigue el meritorio e inteligente guion de Greta Gerwig y Noah Baumbach: una colección de autoparodia, clichés desternillantes y píldora de reflexión a propósito de una vida adulta entregada al juicio de terceros sucediéndose casi sin tiempo para ser digeridos.

Barbie es una película creada por quienes han entendido a la sociedad de nuestro tiempo y nos ofrecen lo que buscamos: un chivo expiatorio para las derrotas vitales que ya nunca venceremos y altas dosis de compasión. La cinta, que empieza ambientada en un aparentemente idílico universo donde Barbies y Kens conviven sin conocer la vejez, la frustración, o la celulitis, toma como coartada el universo kitsch de la icónica muñeca para relatar mordazmente las miserias de una sociedad obsesionada con explicarse y justificarse a sí misma ante el mundo. Sin ahorrarse dardos envenenados a los roles de género y a la sociedad del consumo, Gerwig y Baumbach realizan un valioso selfie de la egolatría que caracteriza a los hombres y mujeres de su tiempo y, además, se permiten el lujo de mostrárselo a su público envuelto de una estética única, con esas dosis de rosa, rubios platino y purpurina impensable en cualquier universo fuera de Barbie. Todo es bonito todo el rato.

El ascenso narrativo de la trama llega con la irrupción del mundo real con una de las tantas metáforas graciosas de la película: una increíble Margot Robbie debe dejar Barbilandia y emprender un viaje a nuestros lares cuando sus pies dejan de sujetarse sólo por la punta y sus habituales tacones ya le resultan incómodos. A partir de ahí, nuestra protagonista es una mujer de 30 años inmersa en las preocupaciones habituales de su generación, que se acrecientan a medida que choca con un mundo real de groserías, egoísmo, desigualdades e injusticias. Sin embargo, también es el único lugar posible donde conocer la superación, la admiración, el cariño y el buen humor, como prueba la aparición de America Ferrera en el papel de mujer actual en quien todas queremos reconocernos. También Barbie. De hecho, el monólogo de Ferrera a propósito de las exigencias femeninas auto-impuestas es el típico contenido viral que toda mujer sale de la sala deseando compartir en Instagram.

No en vano, la película contiene una profunda sátira contra la impostura de una sociedad enferma de maximizar sus problemas. Quien intente buscar aquí una exclusiva reivindicación feminista va a pinchar en hueso. Es cierto que los creadores no se esfuerzan en disimular la crítica al patriarcado: de hecho, insisten tanto en la mención al patriarcado que resulta demasiado obvia como tesis principal de la película. Despunta un Ryan Gosling que a mitad de película se imbuye de masculinidad, en una excusa perfecta que el guion aprovecha para burlarse con mucha acidez de las estereotipadas actitudes varoniles. Pero nosotras tampoco salimos mejor paradas: más que una llamada a las mujeres a la insumisión y a tomar las armas, la película nos invita a reírnos de nosotros mismos llevando a la gran pantalla esos clips que ya hacen fortuna en las redes sociales del estilo Esto pasa cuando mi novio quiere ver el fútbol. Y es que el código elegido es uno de los factores que explicarán el éxito de esta película.

Por lo demás, si no acostumbran a vestir de color fucsia, puede que su intuición les desaconseje ir al cine a ver la película: se equivocan. El universo Barbie otorga a sus creadores la licencia de regalar, además de una historia, un extraordinario cóctel de belleza que brinda una personalidad indiscutible a la cinta, pero que en este caso opera de modo parecido a la decisión de musicalizar parte de la misma: no es lo principal. De hecho, acudir a ver Barbie con atuendos de color rosa y purpurina tiene el mismo sentido que vestirse de vampiro para visionar Sólo los amantes sobreviven de Jim Jarmusch: no hay nada malo en ello, pero es absolutamente arbitrario para disfrutar del filme. Salvo que la única finalidad de verla sea contar que uno la ha visto y pregonarlo, que es, a mi juicio, la más mordaz crítica al individualismo que hace la película. Pero, en definitiva, no estamos ante una historia de muñecas, sino ante la de tu pandilla de amigas un viernes por la tarde interpretada por muñecas.

Tampoco es una historia para críos. Para que los más pequeños pudieran disfrutarla, deberían haber vivido no ya un primer fracaso viral, sino el que duele más, el segundo, porque es el que certifica que el resto de nuestra existencia estará marcada por algunas decepciones y por suerte también de no pocas alegrías.


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